Hay vínculos que nos llenan… y otros que nos atan sin darnos cuenta. El apego es algo natural, humano, profundo. Todas las personas lo sentimos en algún momento. A veces se manifiesta como ternura, necesidad de compañía o deseo de cuidado. Pero otras veces, aparece como miedo, como ansiedad o incluso como dolor. ¿Qué hay detrás de ese apego que, lejos de acercarnos al amor, nos deja enredadas en la inseguridad?
Si miramos atrás en la historia de la humanidad, el apego tiene sentido. Somos seres sociales, nacidos para vivir en tribu, donde pertenecer era igual a sobrevivir. Necesitábamos a los otros, no solo para sentirnos acompañadas, sino para estar a salvo. Hoy no vivimos en la selva, pero muchas veces seguimos actuando como si el amor del otro fuera lo único que nos sostiene. Y en esa dependencia emocional, empezamos a perder la libertad interna.
El problema no es tener vínculos, sino cuando esos vínculos nos hacen sufrir. Cuando tememos que el otro se aleje, cuando sentimos que sin esa persona no valemos igual, o cuando el miedo al abandono nos hace actuar desde la necesidad en lugar de la conexión genuina. Ahí es donde el apego se vuelve una trampa. Una búsqueda de amor que, sin darnos cuenta, nace del vacío.
Pero el apego también puede ser una oportunidad. Cuando lo observamos sin juicio, podemos empezar a gestionarlo desde un lugar más consciente. Aprender a sostenernos a nosotras mismas. A estar en compañía sin perder nuestra voz. A no pedirle al otro lo que solo puede llenarse desde dentro. El autoconocimiento, la autoestima y el trabajo emocional profundo nos ayudan a vivir los lazos desde la libertad, no desde el miedo.
Porque al final, el verdadero bienestar nace cuando nuestros vínculos nos permiten crecer, no encogernos. ¿Te has sentido alguna vez atrapada por un apego que te ha hecho daño? ¿Qué aprendiste de esa experiencia? Nos encantará leerte en los comentarios o en redes. Reserva ya tu sesión de coaching para trabajar vínculos.
