Hay días en los que el cansancio no es solo físico. Es un desgaste profundo, como si incluso lo que antes te motivaba ahora te pesara. No es flojera, es un límite interno que pide ser escuchado. El alma también se cansa, y cuando lo hace, el cuerpo empieza a hablar.
Muchas personas sienten esta desconexión: trabajo, tareas, obligaciones, rutina… y un vacío que no se llena con más productividad. Lo urgente aplasta lo importante, y dejamos de vivir para simplemente funcionar.
Parar no siempre significa renunciar. A veces significa reconectar. Volver a ti. Escuchar qué parte estás olvidando. Darte un respiro para recordar quién eras antes de este cansancio.
Hay árboles que representan eso: la pausa, la introspección, la necesidad de soltar lo que agota y recuperar fuerza interior. Ver uno, tenerlo cerca, puede ser ese símbolo que te dice: «está bien parar».
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